Entre miradas y rendición: Un Juego de pasión y deseo II
Mientras mis dedos juguetean con el nudo de mi bikini, siento cómo tus ojos siguen cada movimiento. La tela cae suavemente, y el sol acaricia mi piel… pero no es lo único que me da calor. No hace falta que me digas nada. Tus labios separados, tu respiración entrecortada... lo siento todo. Me encanta verte así, al borde del deseo y la rendición, intentando mantener el control cuando todo dentro de ti grita lo contrario. ¿Hasta dónde crees que puedes aguantar? Porque yo aún no he terminado contigo...
10/22/20244 min read


Este relato es la continuación de “Entre miradas y rendición: Un Juego de pasión y deseo”
Mientras mis dedos juegan distraídamente con el nudo de mi bikini, noto cómo sigues cada movimiento. La tela se va aflojando poco a poco. No tengo prisa, todo es parte del juego, y sé que lo disfrutas tanto como yo. Cuando la parte superior del bikini cae a un lado del kayak, una oleada de libertad me invade, casi tan cálida como el sol que ahora acaricia mis pechos desnudos.
Tus ojos traicionan la calma que finges, como si cada latido fuera un eco de la batalla que libras por dentro. Mi corazón golpea con un frenesí delicioso, no solo por lo que veo en ti, sino porque en este preciso instante todo está a mi merced: tu cuerpo, tu deseo, y cada pensamiento que intentas contener.
La sonrisa que aparece en mis labios es casi imperceptible. Sé exactamente lo que esto provoca en ti. Estás atrapado entre el deseo y la rendición, mientras te obligo a mantener la calma cuando lo único que quieres es romper con todo. “Aún no”, pienso para mí misma, prolongando la agonía de tu espera. Este es mi momento, y no dejaré que termine tan fácilmente.
Mi pie traza el contorno de tu excitación a través de la tela, como si mis dedos estuvieran esculpiendo el calor y la tensión que crecen dentro de ti. Mientras, mis manos se deslizan hacia mis pechos, saboreando cada segundo de tu mirada fija, incapaz de apartarse. Comienzo con caricias suaves y el contacto me provoca un ligero estremecimiento.
Mis dedos encuentran mis pezones y los acaricio con pequeños círculos. El placer me recorre, y mientras gimo suavemente, tus ojos siguen cada movimiento, cautivados.
—¿Te gusta lo que ves? —susurro, sabiendo ya la respuesta por la forma en que tu respiración se acelera.
Tus labios se separan apenas, pero no te permito hablar apretando mi pie contra tu dureza.
Sigues mis manos, cada movimiento que hago sobre mi cuerpo, como si estuvieras hipnotizado por la escena ante ti, incapaz de resistir el deseo que te consume. Aumento la presión, tirando ligeramente de ellos, jugando con mi propio cuerpo ante ti. Sé que estás al borde, deseando ser tú quien me toque, quien me provoque, pero no te lo voy a permitir.
Inclino mi cuerpo hacia ti, y el kayak se balancea suavemente sobre el agua, creando pequeñas olas que golpean los costados. El sonido del chapoteo rítmico del agua nos envuelve, acompañando el latido de tu respiración errática. Siento cómo las corrientes bajo el kayak aumentan la inestabilidad de nuestros cuerpos, como si la naturaleza misma respondiera a la tensión creciente entre nosotros.
Mis dedos descienden por tu pecho, recorriendo cada músculo tenso mientras el calor del sol se mezcla con la frescura del agua que nos salpica. Un suave vaivén hace que mi mano tropiece con el borde de tu bañador, y la sensación de la tela húmeda contra mi piel solo intensifica el contacto entre nosotros.
—Dime lo mucho que te excito—murmuro mientras mis dedos deshacen el nudo de tu bañador.
El aire cálido, cargado con el aroma salado del mar, se cuela entre nosotros, aumentando la sensación de intimidad. Entonces, escucho un suspiro profundo que escapa de tus labios, tan suave como la brisa que acaricia la superficie del agua.
—Esto… me está volviendo loco—susurras, tu voz entrecortada, pero yo me deleito en prolongar tu agonía, disfrutando del control que tengo sobre ti.
—No tan rápido —respondo con una sonrisa.
El kayak se balancea ligeramente, pero no es solo el agua lo que está en movimiento; es el deseo entre nosotros que se ondula, lento pero inevitable.
—Solo cuando yo lo decida.
Con un movimiento seguro, mi mano envuelve tu erección bajo la tela húmeda, y el gemido que escapa de tus labios es profundo, crudo.
—¿Esto es lo que quieres? —pregunto, aumentando la presión de mis dedos.
Tu respuesta es inmediata, casi jadeante:
—Sí… Dios, sí.
Siento cómo cada músculo de tu cuerpo se tensa, entregado completamente a mi toque.
—Pero no te atrevas a… no todavía —advierto, mi voz tan suave como firme.
Un gemido frustrado escapa de tus labios, pero no te atreves a contradecirme.
—Esto termina cuando yo quiera—añado, disfrutando de tu rendición total.
Mi mano se mueve más rápido, más firme, cada vez más cerca de tu límite. No puedo detenerme. El calor que emana de ti es casi tangible. Tus músculos se tensan bajo mi toque. Todo me grita que estás a punto. Mi pulgar presiona la punta, y tu cuerpo se arquea. Siento cómo palpitas, duro, caliente, cada latido más intenso que el anterior. No puedes más. Lo sé. Lo siento. Y aún así, sigo, manteniéndote al borde, una y otra vez. Estás a punto de estallar. No hay vuelta atrás.
Tus manos se aferran al borde, buscando apoyo. Pero es inútil. No puedes detenerte. Cada toque mío te empuja más allá, cada movimiento es una chispa que enciende tu cuerpo. Tiemblas. Jadeas. Y sé que estás ahí, al borde del abismo. No puedes más. Tu cuerpo se tensa, cada músculo, cada nervio, todo tu ser entregado a este momento. Un gemido profundo escapa de tus labios, y finalmente te derrumbas, sin poder contenerlo. Te liberas. Con fuerza. Con urgencia. Con todo lo que eres.
El kayak se mece suavemente bajo nosotros, como si la naturaleza misma quisiera acompañar nuestra calma. Bajo mi mano, noto cómo tu cuerpo se relaja, tus músculos, antes tensos, ceden al alivio. Me inclino sobre ti, no con urgencia, sino con una suavidad casi reverente, mis labios rozando los tuyos. Nos quedamos así, enredados entre el calor del sol y la frescura del agua, mientras nuestras respiraciones se calman poco a poco.
—Ahora es tu turno —susurro finalmente, pero mi voz, aunque cargada de deseo, es más suave, más íntima. Ya no es solo un mandato; es una invitación. Toco tu mano con la mía y la guío lentamente, disfrutando del calor de tus dedos sobre mi piel, sabiendo que esta vez no hay prisa.