Una noche para recordar
6/27/20244 min read


La noche está tranquila; los sonidos de la ciudad apenas se filtran a través de la ventana. Tumbada en la cama, escuchando la canción "Til the Cops Come Knockin'", mi mente empieza a vagar hacia lo que ocurrió hace unos fines de semana.
Unos antiguos compañeros del grado y yo llevábamos tiempo cuadrando fechas para volver a encontrarnos y salir una noche. A la mayoría de ellos no los veía desde la graduación; sin embargo, Jorge y Bea se habían convertido en mis inseparables. Tras lo de David, me habían ofrecido compartir piso con ellos.
La noche comenzó animada, llena de risas, abrazos y anécdotas. Fuimos a cenar a un restaurante que había abierto hace poco y, para no poner fin a la fiesta tan pronto, un grupo nos fuimos a una discoteca cerca del puerto.
El ritmo pulsante de la música llenaba la discoteca, mientras los destellos intermitentes de las luces estroboscópicas revelaban fugazmente los rostros de la multitud danzante. Entre la multitud, destacaba una mirada fija en mí: los ojos penetrantes de Marina y una sonrisa apenas insinuada que destilaba promesas veladas. Sentí un nudo en el estómago, una mezcla de nerviosismo y expectación. ¿Por qué me atraía ella esta noche? ¿Era el ambiente, la música, o algo más profundo?
La incertidumbre me carcomía, pero también me incitaba a acercarme, a descubrir qué había detrás de esa mirada. Finalmente, decidí que sería mejor ir a la barra para pedir otra copa. Cuando estaban poniendo el hielo en mi vaso fue cuando la sentí detrás de mí, el calor de su cuerpo desafiando el frío artificial del aire acondicionado.
—¿Te está gustando el reencuentro? —preguntó. Sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y deseo mientras sus dedos rozaban ligeramente mi brazo. Sentí un escalofrío recorrerme. No respondí de inmediato, dejé que el silencio se prolongara un poco más de lo necesario, nuestros ojos conectados en una conversación muda. Finalmente, sonreí y respondí: —Es... diferente a lo que esperaba.
Ella se inclinó un poco más cerca, su voz apenas un susurro. —Puede ser porque la noche tiene una manera de revelar lo que el día oculta —respondió, y su aliento cálido contra mi cuello envió una oleada de deseo.
—¿Bailamos? —dijo, extendiendo su mano con una sonrisa que hizo que mi corazón se acelerara. Sin romper el contacto visual, coloqué mi mano en la suya, sintiendo una corriente eléctrica entre nosotras. —No creo que pueda decirte que no —susurré, dejándome llevar.
En la pista, sus manos encontraron mi cintura con una confianza que me sorprendió, sus dedos dibujando círculos suaves que enviaban ráfagas de calor a través de mi cuerpo. Guiándome en movimientos que resonaban con cada latido de la música, sus ojos nunca se apartaron de los míos. Cada roce, cada suspiro compartido, era una conversación muda que nos acercaba más, la tensión entre nosotras crecía volviéndose casi tangible.
Mi mente era un torbellino de pensamientos: ¿Por qué me afectaba tanto? Nunca había sentido esto por una chica. ¿Era real este deseo o solo una ilusión provocada por la noche? Cada movimiento suyo parecía desatar un torrente de sensaciones desconocidas, cada roce despertaba en mí un anhelo profundo y primitivo. ¿Estaba preparada para lo que esto significaba? La incertidumbre y la emoción se mezclaban, intensificando cada segundo compartido.
Sus labios se acercaron a mi oído, y sus palabras me envolvieron: —Siempre pensé que había algo más entre nosotras. El corazón me latía con fuerza. Los efectos de su proximidad y su susurro calando hondo, despertaron una parte de mí que desconocía. Nos retiramos discretamente de la fiesta buscando un espacio más íntimo cuando me ofreció ir a su coche.
En el interior del coche, el mundo exterior se desvaneció, dejándonos envueltas en un microcosmos de respiraciones entrecortadas. Nuestras miradas se encontraron en una comunicación silenciosa cargada de promesas no dichas. El leve crujido de la tapicería bajo el movimiento de nuestros cuerpos era el único testigo de nuestra creciente intimidad. —¿Te das cuenta de lo que estamos haciendo? —murmuré, mis palabras estaban llenas de deseo y una pizca de incredulidad. —Más de lo que podría haber imaginado —respondió ella, con sus ojos fijos en los míos y sus manos explorando mi piel con una ternura que me hacía temblar.
Mi mente era un caos de sensaciones y pensamientos. ¿Estaba realmente dispuesta a dejarme llevar por este deseo desconocido? La proximidad de Marina me hacía olvidar todas mis dudas, pero una parte de mí seguía luchando con la novedad de la experiencia.
Marina acarició mi mejilla con suavidad y nuestros labios se encontraron, iniciándose una danza íntima entre nuestras lenguas. Me sumergí en su sabor y textura, dejando que mi deseo me guiara en esta exploración completamente nueva para mí. Nuestras manos, impulsadas por una curiosidad frenética, comenzaron a explorar territorios anteriormente ocultos, erizando mi piel a medida que avanzaban hacia zonas más íntimas. Su tacto era suave, imbuido de una delicadeza que no había experimentado en relaciones anteriores.
Cediendo a mi deseo, deslicé los tirantes de su vestido, dejando su pecho al descubierto. Justo cuando la noche prometía desvelarme un nuevo mundo, un golpe seco en el exterior del coche nos hizo sobresaltar. A través de los cristales empañados, vislumbramos la sombra de una figura que nos observaba. Mi corazón se aceleró mientras me apartaba bruscamente. En el tenso silencio que siguió, nuestras miradas se cruzaron llenas de alarma. Miré hacia la ventanilla, intentando descifrar la figura, y de repente la sombra se reveló: era Jorge que había salido a buscarnos cuando nos echó de menos. Una expresión de sorpresa y desconcierto emanaba de su rostro.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó, su voz llena de curiosidad y un toque de burla.
La situación, aunque embarazosa, alivió la tensión con mi risa nerviosa. Explicamos que solo estábamos buscando un lugar tranquilo para conversar. Nuestro compañero asintió sonriendo y, guiñando un ojo nos deseó que siguiéramos pasándolo bien.
Cuando se alejó, Marina y yo nos miramos con complicidad renovada. Sin perder más tiempo, nos sumergimos nuevamente en nuestro mundo privado. Las caricias se hicieron más urgentes, los susurros más apasionados, y pronto, la conexión entre nosotras se convirtió en un fuego incontrolable.
Jamás me había planteado mi bisexualidad, pero en el pequeño espacio del coche, cada toque, cada beso, fue una revelación, un descubrimiento profundo y liberador. En los brazos de Marina, supe que había cruzado una frontera que prometía más descubrimientos.